La campaña de estos comicios europeos ha hecho descender considerablemente el listón intelectual, ético y estético del debate político entre los dos grandes partidos, ya de por sí suficientemente bajo cada vez que socialistas y populares se enfrentan en las urnas. El PP ha esgrimido los primeros datos prometedores que ofrece la economía española como principal argumento en unas elecciones que poco tienen que ver con la gestión interna de cada país. El PSOE, por su parte, se ha atrincherado en las acusaciones de machismo contra el candidato rival, poniendo en marcha la habitual estrategia falta de escrúpulos de los socialistas cada vez que las encuestas les auguran un sonoro revés electoral.
Con este rechazo voluntario de los dos grandes partidos a confrontar ideas e informar al ciudadano de sus propuestas, sumado a la escasa utilidad del Parlamento Europeo dentro de la estructura mastodóntica de la UE, es natural que crezca el desánimo en gran parte de los votantes y aumente el número de los que han decidido no participar en el proceso electoral que hoy se celebra en nuestro país. Y sin embargo, estas elecciones son tal vez las más importantes de los últimos años por la posibilidad de PP y PSOE vean amenazado, por primera vez en décadas, el sistema bipartidista que ambos defienden como un bloque monolítico.
También por primera vez en mucho tiempo los votantes del centro-derecha tienen a su disposición un amplio panel de opciones con garantía de poder alcanzar representatividad parlamentaria a través de la obtención de alguno de los cincuenta y cuatro escaños en juego. A las propuestas consolidadas de Ciudadanos y UPyD hay que añadir el partido surgido de una escisión del PP, VOX, decidido a recuperar el ideario liberal-conservador que caracterizó a los populares hasta la llegada de Rajoy y su equipo al frente de los órganos de dirección. Las tres formaciones minoritarias cuestionan la hegemonía con la que el PP se ha enseñoreado del sector más amplio del espectro político, al que ha manejado a su antojo sin obedecer a sus promesas ni respetar el legado de unas siglas cuyos ejes fundamentales como la liberalización de la economía, la reducción de la presión fiscal, la lucha implacable contra el terrorismo o la defensa de España frente a los separatismo han sido menoscabados voluntariamente cuando no abandonados en su totalidad.
La renuncia a ejercer el derecho el voto es una decisión legítima y en muchos casos también consecuente, pero si con eso se trunca la posibilidad de que formaciones minoritarias adquieran una adecuada relevancia, se habrá perdido una ocasión de oro para enviar a los dos grandes partidos una importante llamada de atención. En el caso del Partido Popular, que al frente del Gobierno ha dado al traste con todas sus promesas y ha abandonado a conciencia su trayectoria anterior, todavía con mayor razón.