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La doctrina de la imparcialidad

¡Vaya por Dios! La proliferación de cadenas de radio permite que la gente elija su propio comentario político y esto nos aleja de aquellos días en los que todo el mundo disfrutaba del oligopolio NBC-ABC-CBS.

La izquierda reaccionaria, ideología que comparten muchos demócratas, sostiene que deben derogarse los derechos individuales que les resulten incómodos (como el voto secreto en las elecciones sindicales), que los fracasos empresariales, como General Motors, deben perpetuarse y que los errores ya superados, como "la doctrina de la imparcialidad", deben reimplantarse. Esta última propuesta, de nombre tan orwelliano, fue empleada en su momento para erradicar el debate político de los medios de comunicación.

Dado que la ideología progresista ha sido menos competitiva en el espacio radiofónico que el sector del automóvil estadounidense frente a sus competidores exteriores, los izquierdistas han defendido un proteccionismo intelectual que elimine a sus rivales ideológicos. Hasta que la administración Reagan se la cargó definitivamente, la doctrina exigía a las emisoras dedicar un tiempo "razonable" a presentar "equitativamente" "todos" los puntos de vista sobre cualquier asunto "polémico" que se debatiera. Por supuesto, era el Gobierno quien decidía el significado de las palabras que aparecen entrecomilladas.

Para justificar el inicio de la regulación pública de los contenidos radiofónicos en 1927, el Gobierno empleó la excusa de que las frecuencias de emisión eran escasas. Así, en 1928 y 1929, mientras los republicanos controlaban Washington, se advertía a una emisora de Nueva York, propiedad del Partido Socialista, de que tenía que mostrar "el debido respeto" hacia las opiniones de los demás, al tiempo que se impedía a la Federación Obrera de Chicago adquirir una cadena, ya que esto iba en contra de la pluralidad. En 1939, cuando los demócratas ocupaban el poder, el Gobierno condicionaba la renovación de las licencias de emisión a que dejaran de criticar a Roosevelt.

En 1969, el Tribunal Supremo declaró constitucional "la doctrina de la imparcialidad" probablemente porque desconocía el uso que hizo de la misma la administración Kennedy. Tal y como reconoció un funcionario: "Nuestra estrategia consistía en utilizar la doctrina de la imparcialidad para cuestionar y humillar a los locutores de derechas, esperando que las afrentas fueran tan gravosas que desistieran de continuar con su actividad". Richard Nixon continuó con esta práctica; en 1973, el juez izquierdista del Supremo William Douglas, decía que la doctrina "es incompatible con la Primera Enmienda" porque "permite que las Administraciones jugueteen con las radios y las televisiones".

La sentencia de 1969 del Tribunal Supremo, por la que resolvía que "la doctrina de la imparcialidad" cabía en la Constitución, basó su argumentación en el problema de la escasez del espacio radioeléctrico. Brian Anderson y Adam Thierer, sin embargo, recuerdan en su libro Manifiesto por la libertad de los medios, que hoy existen alrededor de 14.000 emisoras de radio, el doble que en 1969, que hay casi 20 millones de clientes de radio digital –un 17% más que hace un año– y que el 86% de los hogares con televisión por cable o vía satélite reciben alrededor de 100 canales. Dado que en la prensa de papel la diversidad de opiniones es mucho menor que en la radio o en la televisión, ¿deberíamos imponer "la doctrina de la imparcialidad" al New York Times?

El Tribunal Supremo también consideraba en 1969 que era improbable que "la doctrina de la imparcialidad" incentivara a los locutores a no dar tratamiento a los temas polémicos. Pero lo cierto es que sí desterraba la controversia. En 1980, antes de eliminarla, en las radios había menos de 100 programas de debate, hoy hay más de 1.500 cadenas dedicadas exclusivamente al debate o a la información.

Algunos izquierdistas están reformulando la "doctrina de la imparcialidad", señalando que el problema no es que existan opiniones e informaciones divergentes, sino que haya demasiada cantidad de ambas. Son los mismos que hace nada se quejaban de que los medios estaban homogeneizando y frivolizando los puntos de vista de los estadounidenses. Ahora, en cambio, sostienen que el Gobierno debe controlar los medios por una causa distinta: hay una excesiva variedad de información que termina agobiando a la población.

¡Vaya por Dios! La proliferación de cadenas de radio por el cable, el satélite e internet permite que la gente elija su propio comentario político y esto nos aleja de aquellos buenos tiempos en los que todo el mundo disfrutaba del éxtasis comunitario de reunirse alrededor del fuego del oligopolio NBC-ABC-CBS. Debe ser muy agotador tener que defender la intolerancia basándote, simultáneamente, en la peligrosa escasez de puntos de vista y en su amenazadora sobreabundancia.

Si estos progres, insatisfechos con el dominio que ya tienen en los medios de referencia, en la academia y en Hollywood, fueran competitivos en los debates radiofónicos, no tendrían ningún interés en revivir "la doctrina de la imparcialidad". Desde luego, después de haberse apropiado, en Estados Unidos, del términoliberales, ahora van a acabar quedándose con la reputación de losreaccionarios, algo que sería tremendamente injusto.

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